martes, 26 de octubre de 2010

miércoles, 20 de octubre de 2010

"Todos tenemos derecho a ser peruanos"


Entrevista a Rodrigo Montoya por Abelardo Sánchez León


-¿Cuál sería la nueva perspectiva para abordar el tema del indigenismo, un tema antiguo en el Perú, que sin embargo ahora tiene un renacimiento?
-Hay dos temas muy distintos en la pregunta. ¿A qué llamamos indigenismo? y ¿qué es lo que está pasando en este momento con los movimientos indígenas? El indigenismo comenzó en el Perú en una conferencia de Manuel González Prada en el teatro Politeama de Lima, en 1888. Había terminado la guerra con Chile, el Perú estaba hecho un desastre y él se preguntó: ¿qué pasó?, ¿por qué estamos así? La respuesta fue: porque el Perú no es un país, no tenemos ninguna unidad y porque nos dividimos entre falsos y verdaderos peruanos. Ese fue un llamado de González Prada a la conciencia de la época para pensar en qué demonio de país vivíamos. Él abrió el camino para dos corrientes indigenistas. La primera, aparentemente radical, encarnada en don Luis E. Valcárcel, el moqueguano profesor universitario en el Cusco que anunció la Tempestad en los Andes y decía que los indios estaban listos para ocupar Lima. Esa posición indigenista cusqueña sostenía: «Lima no es el Perú, el Perú es Cusco». La segunda corriente indigenista, de derecha, fue encabezada por Víctor Andrés Belaúnde. Para él la patria peruana era el fruto de dos vertientes, una española y otra de los llamados indios. El aporte español era doble: la religión católica y la lengua castellana mientras la contribución americana habría sido sólo el paisaje. Los hombres y mujeres de estas tierras, sus lenguas y culturas no contaban.
El indigenismo es una actitud y un estado de ánimo de personas no indígenas, de intelectuales, de artistas -limeños sobre todo, urbanos en general-, también en capitales de provincia que frente a la tragedia de la guerra con Chile reaccionan, piensan en el país y reconocen que los indios existen y que su contribución puede ser tomada en cuenta para la formación del país. Los indigenistas no hablan quechua, no son indios, no son indígenas, simplemente tienen una actitud a favor y defienden a los indios. El indigenismo como tal comenzó, me atrevo a sostenerlo, en 1888 y terminó con un decreto del general Velasco que cerró el Instituto Indigenista Peruano en 1969.
El estado de ánimo indigenista que floreció en los años veinte se convirtió en un proyecto institucional y estatal cuando en 1946 se formó el Instituto Indigenista Peruano, como filial del Instituto Inter Americano Indigenista con sede en México. Desde entonces hasta 1969 tuvimos en el Perú la Antropología Aplicada como corriente norteamericana para «integrar» a los llamados indios a lo que entonces como ahora se llama aún la «Sociedad Nacional». Conviene recordar que en el inconsciente colectivo de cada antropólogo y antropóloga anida un indigenista. El reto de nuestro tiempo es qué tenemos que hacer para arreglar cuentas con ese indigenismo. Es pertinente advertir que Mariátegui y Arguedas fueron considerados como indigenistas, pero ambos negaron explícitamente esa filiación: el primero por socialista y el segundo por hablar el quechua por y escribir desde dentro de la cultura quechua.
A partir de 1969 comienza la etapa de los movimientos indígenas que poco o nada tenían y tienen que ver con el indigenismo. Los dirigentes, los jóvenes indígenas amazónicos que habían pasado por las escuelas bilingües aprendieron a leer y a escribir y se dieron cuenta de que lo aprendido en las escuelas bilingües no correspondía a lo que ellos esperaban. Surgió un fenómeno nuevo: no necesitan que otros hable por ellos y crean un liderazgo propio, que es la novedad política de nuestro tiempo.
El indigenismo pasó, fue un momento en la historia. Lo que hay ahora es la emergencia de movimientos indígenas políticamente autónomos, deseosos de encontrar en el Perú un lugar adecuado, respetable, para sus pueblos.
-Ya en el siglo XXI, ¿cuáles son los rasgos fundamentales que definen a una persona como indígena y no como peruano, ecuatoriano o arequipeño? ¿Quiénes serían los indígenas en el Perú?
-El elemento decisivo es la auto identificación de las personas. Cuando los aguarunas dicen: «somos peruanos, pero déjennos ser aguarunas; somos parte de los indígenas de América y somos un pueblo indígena», están asumiendo una autodefinición y una identidad étnica que en el Perú no existía. El argumento central está en lo que cada uno piensa de sí mismo. Evaristo Nungkuwag fue el primer dirigente amazónico del país. El decía «yo soy aguaruna, déjenme ser aguaruna; no quiero dejar de ser peruano, pero también quiero seguir siendo aguaruna». Esta voluntad de seguir siendo o de no dejar de ser, es el rasgo decisivo de un comportamiento político nuevo. En 1963 llegó al Perú Richard Smith como voluntario del Cuerpo de Paz destacado a la selva central. Los indígenas amueshas creían que él era un «peruano», El hizo la precisión: «no soy peruano, yo soy de los Estados Unidos». Para los amueshas no había sino dos posibilidades: ser peruanos o ser amueshas. Los peruanos eran los de afuera, los extranjeros abusivos. 30 años después, las elites indígenas han llegado a la conclusión de que son parte del Perú. Ocurre lo mismo en Ecuador, Bolivia, y México, pero asumir esta identidad no los convierte en ex-indígenas como querían y siguen queriendo los defensores de un Estado, una nación, una cultura, una lengua y un dios único y verdadero. Su lucha es por conseguir una doble ciudadanía, Así como Vargas Llosa, con todo derecho, tiene las nacionalidades española y peruana, la gente amazónica se pregunta, ¿por qué no podríamos ser peruanos y seguir siendo aguarunas, wambisas, asháninkas o piros? En esta perspectiva, los indígenas definen un horizonte, tienen un proyecto político, defienden sus lenguas y reclaman una educación bilingüe intercultural que garantice la reproducción y la expansión de sus culturas. La enseñanza bilingüe comenzó en 1946 con una propuesta de los evangélicos del Instituto Lingüístico de Verano para traducir en lenguas indígenas el Nuevo Testamento y para decirles a los llamados indios que hay un nuevo modo de vida civilizado y moderno que deben adoptar. Con esta lógica civilizatoria les propusieron abandonar el mundo de la brujería y de los demonios, porque eso de creer en «dioses falsos», sería obra de Satanás. La defensa de su territorio, de su lengua, de su identidad y de su biodiversidad; es decir, la gran riqueza de la naturaleza, son las cinco grandes reivindicaciones que desde Canadá hasta el sur de Chile son defendidas por el conjunto de movimientos indígenas.
-Has hablado de González Prada, de Valcárcel. Vargas Llosa se lo ha planteado en El hablador, en La utopía arcaica, pero no sé si hay una discusión, un debate intelectual hoy sobre el tema de la reivindicación de los pueblos indígenas. Y si fuese así, ¿quién es el enemigo? ¿El Estado? ¿Las clases criollas, citadinas, insensibles, alejadas?
- Hay una propuesta asumida de modo coherente, sistemático, valiente, por parte de Vargas Llosa para considerar que todas las reivindicaciones indígenas forman parte de una «utopía arcaica». El escritor se sirve de un argumento infeliz: como algunos de los personajes de la obra de Arguedas son enemigos de lo moderno, por lo tanto Arguedas es enemigo de lo moderno. Este es un grave error; no se puede condenar a un autor por las ideas que sus personajes expresan. Un autor que presenta muy bien un personaje fascista no tiene por qué ser fascista.
-Eso lo sabe Vargas Llosa.
-Vargas Llosa es una persona sumamente inteligente, pero no por inteligente puede dejar de tener vacíos extraordinarios y contradicciones profundas en su razonamiento. Su propuesta es muy sencilla: la defensa del nacionalismo, de lo étnico, de estas grandes reivindicaciones indígenas es parte de una utopía arcaica, parte de los pre-moderno, de lo medieval, de lo antiguo que no tiene ningún sentido. Los tiempos pasaron. Ahora tenemos que asumir la modernidad y, aunque nos duela, sacrifiquemos toda forma de nacionalismo. Toda forma de identidad étnica es un sacrificio de la modernidad. La clase política que puede no haber leído a Vargas Llosa comparte con él la tesis clásica de que los indios no son parte del país, y de que hay que tratarlos con afecto y proponer su integración a la sociedad nacional. Este en el clásico paternalismo.
-¿Cómo sería esa integración? ¿Viendo los rasgos?
- La educación propuesta por el Instituto Indigenista Interamericano servía para que los llamados indios aprendieran el castellano, se vistieran «como nosotros», produjeran para el mercado, se beneficiaran con carreteras, postas, y fueran atendidos por médicos. Esa era la propuesta indigenista institucionalizada desde 1946 hasta 1969. Se trata de un espíritu integrador y desindianizante sostenido por intelectuales y académicos, que han formado un estado de ánimo y ofrecen las ideas con las que se piensa el llamado desarrollo de los pueblos amazónicos o andinos. Para los movimientos indígenas, el adversario principal no es Vargas Llosa, obviamente; es el Estado, la clase política que los margina, que no les da el sitio que ellos reclaman con todo derecho. Estos movimientos desarrollan una relación contradictoria con el Estado: de un lado necesitan del Estado, negocian con él; de otro lado, se oponen al Estado pero no pueden desprenderse de él. Son muy finos en sus negociaciones y consiguieron algo fundamental con el gobierno de transición. Guillermo Ñaco, a la cabeza de un movimiento indígena amazónico y con un conjunto de personas que trabajan apoyando a los movimientos indígenas, llegaron hasta el ex-presidente Valentín Paniagua para decirle: necesitamos hablar con usted. Como fruto del diálogo se formó una mesa de trabajo y hay una propuesta para la Amazonía, algo que nunca había ocurrido en la historia del Perú. La pregunta es ¿qué hará el señor Toledo? Antes, el Estado reprimía, golpeaba, tiraba las puertas. De esa práctica brotó la metáfora de los «indios invisibles». Aparecen, van a tocar la puerta de los ministerios y nadie los ve. Hoy, con su organización, los grupos indígenas se vuelven visibles. Esa visibilidad se consigue por dos caminos: por la presión interna de los interesados en ser vistos y por la contribución de personas del Estado, del mundo académico, y de algunos excepcionales medios de comunicación.
-¿Y el debate, en qué puntos se sustenta, cuáles son los puntos a debatir?
-Los debates son numerosos. La realidad presenta tal contradicción que cuando las bases económicas se están transformando rotundamente, de modo paralelo en la esfera política se está produciendo la afirmación de una identidad indígena. Está en marcha un proceso de urbanización extraordinario en la Amazonía. El modo de vida y el modo de producción amazónico fueron siempre trashumantes: un pequeño segmento de linaje de 50 u 80 personas vivía temporalmente en un lugar y se iba a otro buscando animales en el monte y más peces en los ríos y quebradas. En los últimos 30 años el proceso de sedentarización es muy fuerte. Los nuevos poblados se forman alrededor de una escuela y un campo de fútbol. Con el cemento, los ladrillos y la calamina llega también la pobreza, que en la Amazonía quiere decir no tener carne ni peces para comer y volverse agricultores, comer muchos carbohidratos y perder la adecuada nutrición que tenían antes.
Hay un debate alrededor de los límites de la educación bilingüe intercultural: hasta qué punto esta educación es también una forma de desarraigar a los indios, aunque los propios amazónicos la estén defendiendo como su reivindicación propia. Otro debate que me parece central para el futuro del país gira en torno a la noción de propiedad. Para la legislación peruana los indígenas son dueños de la tierra pero no del subsuelo ni de los aires. Se trata de una tontería. Una legislación coherente, en defensa real de los movimientos indígenas y de las condiciones de vida de los indígenas, debe reconocer el derecho de participación de los pueblos indígenas en la propiedad del subsuelo y de los aires. Hablo de una participación en la explotación de los recursos de tres socios: la empresa privada, el Estado y los indígenas. Es fundamental que la propiedad de los recursos sea compartida. El canon minero o petrolero es enteramente insuficiente.
-Un Estado tal como lo hemos tenido, criollo, centralista, básicamente costeño y limeño, tratando de administrar un territorio desconocido y hostil es lo que perduró hasta el gobierno de Fujimori. ¿Con qué fuerza puedes tú cambiar ese tipo de Estado? En esta época de globalización, donde el Estado comienza a perder fuerza, estos movimientos nacionales, de nacionalidades sociales, ¿pueden acabar con el desmembramiento del Perú?
- Eso ha sido y todavía sigue siendo un temor entre muchos militares y diplomáticos. Recuerdo como una anécdota que hace unos diez años atrás, en un seminario, yo defendía estas ideas y un diplomático me dijo: usted está proponiendo la desaparición del Perú. Suponer que el Estado peruano se desintegre, se desmorone, y que aparezcan nuevos y pequeños Estados es la confesión de una gran ignorancia. Los pueblos amazónicos tienen 350 mil personas con 42 lenguas y etnias. Ninguno de ellos está en condiciones de reclamar y menos de ser un Estado independiente. Los indígenas sostienen explícitamente «somos peruanos, defendemos nuestra condición de peruanos, hemos estado en la guerra del Cenepa, hemos estado en primera línea. No nos digan a nosotros que no somos peruanos y que no defendemos al país. Nosotros, además de eso, queremos seguir siendo aguarunas, asháninkas, huambisas».
Se requiere de una transformación profunda de la clase política y de las estructuras del Estado. La clase política tiene que aceptar, aunque le duela y le salga luces de la tripas, que el Perú no es Lima, que se acabó esa vieja forma de considerar que el Perú era solamente Lima. Las voces interiores tienen que ser oídas, recogidas. Que cada pueblo indígena conquiste el espacio que le corresponde. Los amazónicos lo están logrando. También en el mundo académico hay una transformación.
-Me decías que había los verdaderos y los falsos peruanos. Me arriesgo a decir que la peruanidad está en todas las sangres. ¿Qué piensas tú de esta frase de Arguedas? Hoy que va desde criollo, mestizo, cholo, indígena, gringo, afroperuano, nisei. En ese mosaico, ¿dónde entra lo indígena con una voz fuerte, importante entre todas?
«Todas las sangres» es una metáfora en la que Arguedas trató de sintetizar la imagen que tenía del Perú como una gran diversidad, como una gran riqueza y como un gran conjunto de patrias. En el lenguaje literario de Arguedas, patria quiere decir pueblo, lengua, cultura, y que en este país los hombres podemos vivir muchas patrias siempre y cuando no estemos «engrilletados». Todas las sangres es el reconocimiento de que tenemos derecho a ser peruanos, que no hay exclusión para nadie. Todos nacimos en este lugar y todos tenemos derecho a ser peruanos. Se trata de una tesis viejísima. Ese es el contenido de la metáfora. La congresista Anel Townsend dice que el actual gabinete ministerial es de todas las sangres. Lo que está pasando en el Perú es un proceso dramático de devaluar las palabras, devaluar las metáforas, quitarles el contenido que tienen para que al final no sirvan para nada. La metáfora preciosa de Arguedas ahora está, en mi opinión, a punto de ser devaluada. Todas las sangres quiere decir pueblos indígenas, pueblos distintos, riqueza del país para que todos tengan su sitio, su poder. Gobernar quiere decir ejercer el poder. Un gobierno de todas las sangres significaría que los pueblos diferentes que hay en el país tengan una cuota de poder. Sostener que el actual gabinete es de todas las sangres significa no haber entendido nada de la metáfora arguediana e ignorar la cuestión del poder. Lo que abunda es el uso de lo étnico, de todos los símbolos, para obtener una victoria electoral y una inconsecuencia monumental para olvidarlos después de la victoria.
Hay una especie de esquizofrenia, donde todo lo cultural, la música, la mitificación del cholo, del indio terco, son elementos fantásticos para ganar las elecciones. Obtenida la victoria, nada de lo anterior cuenta y simplemente se vuelve a las fórmulas clásicas de la economía liberal porque no ha cambiado nada. En 90 días de gobierno no hay una sola medida de transformación profunda de la sociedad. Creo que Toledo es un prisionero. Para decirlo de otra forma, Paniagua le ha construido una cárcel extraordinaria y no sabe cómo salir de ella.
- ¿En qué sentido?
Sabiendo Paniagua que tenía ocho meses reunió un equipo de gente capaz y juntos tomaron medidas importantes para un gobierno de transición con nuevos horizontes. Hasta hoy, Toledo no ha abierto ninguno.
- ¿Cuál sería la diferencia entre Paniagua y Toledo? Uno es cusqueño y el otro ancashino; pero uno no hace mención de ello y el otro vive mencionándolo siempre.
Para ganar las elecciones Toledo ha tenido la astucia de recurrir a sus rasgos biológicos, a su condición de cholo y de «indio terco». Toledo es una mezcla de funcionario internacional de un banco con un cholo nacido en un pueblo de los Andes peruanos. Ha combinado las dos cosas y se sirve de una y otra parte de su ser en cada uno de los mundos en los que vive, sin que esos mundos se mezclen. El Toledo funcionario del banco no tiene nada que hacer con el Toledo lustrabotas, y el Toledo cantor de huaynos no tiene nada que hacer a la hora de tomar decisiones que sólo favorecen al sistema capitalista. Toledo es las dos cosas y lo que no tiene es un mínimo de coherencia.
-¿Cuál sería la diferencia hoy entre el mundo andino y el mundo amazónico?
-En el caso andino, los problemas son múltiples por muchas razones. Voy a intentar ofrecer un panorama rápido. Primero, el mundo quechua es complejo, diverso, incomparable con los pequeños grupos amazónicos. La lengua quechua se habla en siete países, tiene 18 variaciones dialectales -8 de las cuales están en el Perú-, abarca un espacio geográfico de más de 4 mil kilómetros. Los quechuas de los extremos no se entienden entre sí porque las variaciones dialectales son suficientemente grandes, además de las distancias. Entre los quichuas del Ecuador y los quechuas del norte argentino no queda vínculo alguno luego de la destrucción del Estado Inca. Segundo, la lengua quechua es hablada por pueblos distintos con rivalidades étnicas que se expresan también en términos míticos. Chankas contra cusqueños, Kollas contra cusqueños, Kolla Ri contra Inka Ri, por ejemplo. Tercero, el Perú fue la capital del virreinato y, como tal, el peso de la opresión fue muchísimo más grande aquí que en los extremos. Ese peso fue tan fuerte que no permitió que surgiese un sentimiento de independencia, de autonomía. Lima se fundó como capital del virreinato y como capital del Perú, en contra de todas las provincias. Criollos contra indios. Esta rivalidad es, pues, histórica, profunda y más importante de lo que parece. Cuando se camina por las calles de La Paz, de Quito, es fácil observar cuán andinos son esos países y, en contraste, cuán lejos está Lima del resto del país.
- ¿Tú dirías, así, que son los criollos los malos de la película?
-Esa es una división anterior. Cuidado con el grave riesgo de creer que el tiempo no pasó y que estamos como en la época de las dos repúblicas. No, las cosas son mucho más complicadas. La naturaleza del conflicto es tan profunda que en los niveles de conciencia que tenemos de la realidad nos guiamos con imágenes que pertenecen a un tiempo ya pasado, y tardamos mucho en asumir los términos más o menos adecuados a la etapa que estamos viviendo. Seguimos influidos por esta herencia colonial de reducir todo a: Lima es el Perú, Lima no es el Perú. Sin matices. Este espíritu persiste aún entre mucha gente que no se adecúa a los tiempos.
Volviendo a las complejidad del mundo quechua es preciso señalar que en Quito el movimiento indígena es amazónico y andino, y que los andinos tienen ahora la dirección del movimiento. Ha habido otro elemento importante: la izquierda marxista leninista en el Perú fue muy fuerte y en el Ecuador muy débil. Uno de mis amigos indígenas del Ecuador me decía: «aquí felizmente no tuvimos esos izquierdistas tan radicales y ciegos que ustedes tuvieron». Se refiere a una izquierda que no quiso mirar ni entender el componente indígena y que se limitaba a ver en la realidad una simple confrontación entre explotados y explotadores.
-Una defensa de lo específico, de la territorialidad, de lo étnico, ¿podría derivar en algún tipo de peligro como los talibanes, por ejemplo, que es una especie de especificidad dentro del mundo islámico?
-Felizmente no, porque estos movimientos indígenas no tienen un componente religioso, no están hablando en nombre de Dios, no se están armando para defender la palabra de ningún Dios. Al contrario, es el movimiento anti-indígena el que está armado del factor Dios. Militares, diplomáticos, empresarios y el 99 por ciento de la clase política son católicos, apostólicos, romanos, limeños, arequipeños y etc. etc. Algunos de ellos y ellas dicen que ven y hablan con sus vírgenes favoritas. En momentos de grave tensión, recurren a una urgente ayudita del Señor de los Milagros con una procesión extra, fuera del calendario habitual, y la vieja opción totalitaria y colonial: con Dios o con el diablo. Los intelectuales indígenas están elaborando una propuesta distinta sobre su espiritualidad. Se trata de su relación con la naturaleza pensada en términos sencillos y prácticos. Agradecen a la madre tierra porque nos da de comer. Es indiscutible que sin la tierra no comeríamos y no existiríamos. Por el contrario, es enteramente discutible que comamos gracias a la bondad de uno de los tantos dioses, de un santo o de una santa.
(*) Rodrigo Montoya Rojas es antropólogo y escritor, profesor emérito de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Su último libro de Antropología es Multiculturalidad y política (Sur 1997). Ha publicado también su primera novela El tiempo del descanso (Sur 1997) traducida al portugués (Editora Marco Zero, Sao Paolo 1998).

Publicado en DESCO

Inambari no responde a una necesidad energética peruana, sino brasileña


El decano de la Facultad de Derecho de la Universidad Cientifica del Sur y coordinador de la Sociedad Peruana de Derecho Ambiental, Mariano Castro Sánchez Moreno, precisó que los proyectos hidroenergéticos como Inambari, responden más a una necesidad de obtener mayor cantidad de energía para el Brasil que para nuestro país, pues existen otras opciones de obtener este recursos para los peruanos antes que afectar la amazonía.

Detalló que Inambari, en la zona limítrofe entre Madre de Dios y Puno, con un nivel de inversión que afectará -a partir de la construcción de la represa- cerca de 35 mil hectáreas de bosques, buena parte primario, causando gases de efecto invernadero por el metano producido por la inundación del bosque, con una serie de riesgos y problemas sociales relacionados al desplazamiento de gente, afectación de infraestructura porque se inundará 100 kilómetros de carretera. Es decir, los daños y riesgos son para el Perú y los beneficios fundamentalmente para Brasil.

El especialista sostiene que la integración con Brasil es necesaria y conveniente para el Perú, la cuestión es en qué condiciones, de manera que sean beneficiosas y equitativas para el país. El estudio de factibilidad recién ha sido presentado, el EIA no se ha presentado todavía, en consecuencia es prematuro realizar pronunciamiento sobre un proyecto cuyas características recién están conociéndose. En términos generales uno podría decir que la pregunta es ¿por qué ahora y por qué ahí? Pero no la responden.

Existen otras fuentes de energía en otros lugares. Se tienen identificados alrededor de 50 mil megawats de potencial, sin afectar la amazonía, para efectos de atender las necesidades energéticas peruanas. Eso incluye hidroeléctricas en la zona de los Andes occidentales, eólica, solar, varias veces, más la demanda energética peruana. La prioridad debería estar ahí, eso sin incluir gas. Es lo que debería promoverse y desarrollar.

Tomado de AIDESEP

Entregan lotes petroleros sin consultar a nativos

El Ministerio de Energía y Minas (MEM) y Perupetro podrían acabar con serios problemas si se comprueba que no consultaron la opinión de las comunidades indígenas antes de licitar los 14 lotes petroleros entregados la semana pasada.
Incluso se podría suspender, a través de una acción de amparo, dichas entregas, afirmó el abogado encargado de los pueblos indígenas del Instituto de Defensa Legal (IDL), Juan Carlos Ruiz.
Según la información de la que dispone IDL, lo único que habría hecho Perupetro son talleres informativos, que no recogen la opinión y conformidad de los pueblos indígenas sobre las actividades que se realizarán en sus territorios, como sí sucede en una consulta previa.
Solicitan informe
Por ello, IDL y la Asociación Interétnica de la Selva Peruana (Aidesep) solicitaron al MEM un informe en el que se demuestre que sí se cumplió con la consulta previa antes de que se concrete la adjudicación de los lotes a favor de las empresas Ecopetrol y Repsol -YPF.
“Es costumbre del Ministerio de Energía y Minas hacer talleres informativos, pero eso no exonera al gobierno de realizar la consulta a los pobladores indígenas. Se toman decisiones por encima de la opinión de la gente, y eso tiene consecuencias como lo ocurrido en Majes-Siguas o Bagua”, lamentó el abogado del IDL.
Al respecto, la consultora de pueblos indígenas de Derecho, Ambiente y Recursos Naturales (DAR), Pilar Camero, recalcó que eludir la consulta de los pueblos indígenas solo resta legitimidad social a las inversiones.
“Se necesita un proceso de legitimidad social garantizando los derechos originarios de los pueblos indígenas. Cualquiera va a querer invertir si se dan todas las condiciones sociales, pero esto se logra aumentando la gobernabilidad con la población”, anotó.
Deben consultar a pueblos nativos
“La realización de talleres informativos no exonera al Estado de su obligación de realizar la consulta previa, tal como lo ha señalado el fundamento jurídico 9 de la sentencia del Tribunal Constitucional (Exp. Nº 00022-2009-PI/TC)”, señala un comunicado de IDL.
En la actualidad la Ley de Consulta Previa a los Pueblos Indígenas se encuentra retenida en el Congreso de la República, tras la observación que hizo de esta el Poder Ejecutivo.
Tomado de la República

jueves, 14 de octubre de 2010

Presentarán estudio sobre la participación de las mujeres awajún en el desarrollo


Terra Nuova presentará el libro Tajimat Pujut, para tener un buen vivir las mujeres y los hombres sí podemos decidir, un estudio sobre la participación de las mujeres awajún en el desarrollo local que muestra la situación de los pueblos indígenas desde los enfoques intercultural, de equidad de género y de derechos.
La cita es el 21 de este mes a las 9: a.m. en la Sala Bolívar de la Comunidad Andina de Naciones; ubicada en la Av. Aramburú, cdra. cuatro s/n esquina con Paseo de la República –San Isidro. Los interesados deberán confirmar su participación al 444 – 0548.
“A través del presente estudio se intenta conocer, identificar y analizar las diferentes barreras que enfrentan actualmente las mujeres indígenas awajún para participar en los espacios públicos y aportar al desarrollo de sus comunidades y distritos”, indican en su nota de prensa.
Además, “se espera plantear recomendaciones sobre lineamientos y acciones para fortalecer el rol de la mujer indígena en los espacios de desarrollo local”.
Asimismo, se toma en cuenta los diferentes roles que presentan tanto hombres y mujeres y cómo repercute en la relación con el Estado y otros actores.
Los asistentes recibirán un ejemplar de dicha publicación.
Tomado de SERVINDI

Cinco siglos de prohibición del arcoiris en el cielo americano


Eduardo Galeano

El Descubrimiento: el 12 de octubre de 1492, América descubrió el capitalismo. Cristóbal Colón, financiado por los reyes de España y los banqueros de Génova, trajo la novedad a las islas del mar Caribe. En su diario del Descubrimiento, el almirante escribió 139 veces la palabra oro y 51 veces la palabra Dios o Nuestro Señor. Él no podía cansar los ojos de ver tanta lindeza en aquellas playas, y el 27 de noviembre profetizó: Tendrá toda la cristiandad negocio en ellas. Y en eso no se equivocó. Colón creyó que Haití era Japón y que Cuba era China, y creyó que los habitantes de China y Japón eran indios de la India; pero en eso no se equivocó.
Al cabo de cinco siglos de negocio de toda la cristiandad, ha sido aniquilada una tercera parte de las selvas americanas, está yerma mucha tierra que fue fértil y más de la mitad de la población come salteado. Los indios, víctimas del más gigantesco despojo de la historia universal, siguen sufriendo la usurpación de los últimos restos de sus tierras, y siguen condenados a la negación de su identidad diferente. Se les sigue prohibiendo vivir a su modo y manera, se les sigue negando el derecho de ser. Al principio, el saqueo y el otrocidio fueron ejecutados en nombre del Dios de los cielos. Ahora se cumplen en nombre del dios del Progreso.
Sin embargo, en esa identidad prohibida y despreciada fulguran todavía algunas claves de otra América posible. América, ciega de racismo, no las ve.

El 12 de octubre de 1492, Cristóbal Colón escribió en su diario que él quería llevarse algunos indios a España para que aprendan a hablar ("que deprendan fablar"). Cinco siglos después, el 12 de octubre de 1989, en una corte de justicia de los Estados Unidos, un indio mixteco fue considerado retardado mental ("mentally retarded") porque no hablaba correctamente la lengua castellana. Ladislao Pastrana, mexicano de Oaxaca, bracero ilegal en los campos de California, iba a ser encerrado de por vida en un asilo público. Pastrana no se entendía con la intérprete española y el psicólogo diagnosticó un claro déficit intelectual. Finalmente, los antropólogos aclararon la situación: Pastrana se expresaba perfectamente en su lengua, la lengua mixteca, que hablan los indios herederos de una alta cultura que tiene más de dos mil años de antigüedad.

El Paraguay habla guaraní. Un caso único en la historia universal: la lengua de los indios, lengua de los vencidos, es el idioma nacional unánime. Y sin embargo, la mayoría de los paraguayos opina, según las encuestas, que quienes no entienden español son como animales.
De cada dos peruanos, uno es indio, y la Constitución de Perú dice que el quechua es un idioma tan oficial como el español. La Constitución lo dice, pero la realidad no lo oye. El Perú trata a los indios como África del Sur trata a los negros. El español es el único idioma que se enseña en las escuelas y el único que entienden los jueces y los policías y los funcionarios. (El español no es el único idioma de la televisión, porque la televisión también habla inglés.)
Hace cinco años, los funcionarios del Registro Civil de las Personas, en la ciudad de Buenos Aires, se negaron a inscribir ek nacimiento de un niño. Los padres, indígenas de la provincia de Jujuy, querían que su hijo se llamara Qori Wamancha, un nombre de su lengua. El Registro argentino no lo aceptó por ser nombre extranjero.
Los indios de las Américas viven exiliados en su propia tierra. El lenguaje no es una señal de identidad, sino una marca de maldición. No los distingue: los delata. Cuando un indio renuncia a su lengua, empieza a civilizarse. ¿Empieza a civilizarse o empieza a suicidarse?

Cuando yo era niño, en las escuelas del Uruguay nos enseñaban que el país se había salvado del problema indígena gracias a los generales que en el siglo pasado exterminaron a los últimos charrúas.
El problema indígena: los primeros americanos, los verdaderos descubridores de América, son un problema. Y para que el problema deje de ser un problema, es preciso que los indios dejen de ser indios. Borrarlos del mapa o borrarles el alma, aniquilarlos o asimilarlos: el genocidio o el otrocidio.
En diciembre de 1976, el ministro del Interior del Brasil anunció, triunfal, que el problema indígena quedará completamente resuelto al final del siglo veinte: todos los indios estarán, para entonces, debidamente integrados a la sociedad brasileña, y ya no serán indios. El ministro explicó que el organismo oficialmente destinado a su protección (FUNAI, Funda´c~ao Nacional do Indio) se encargará de civilizarlos, o sea: se encargará de desaparecerlos. Las balas, la dinamita, las ofrendas de comida envenenada, la contaminación de los ríos, la devastación de los bosques y la difusión de virus y bacterias desconocidos por los indios, han acompañado la invasión de la Amazonia por las empresas ansiosas de minerales y madera y todo lo demás. Pero la larga y feroz embestida no ha bastado. La domesticación de los indios sobrevivientes, que los rescata de la barbarie, es también un arma imprescindible para despejar de obstáculos el camino de la conquista.

Matar al indio y salvar al hombre, aconsejaba el piadoso coronel norteamericano Henry Pratt. Y muchos años después, el novelista peruano Mario Vargas Llosa explica que no hay más remedio que modernizar a los indios, aunque haya que sacrificar sus culturas, para salvarlos del hambre y la miseria.
La salvación condena a los indios a trabajar de sol a sol en minas y plantaciones, a cambio de jornales que no alcanzan para comprar una lata de comida para perros. Salvar a los indios también consiste en romper sus refugiso comunitarios y arrojarlos a las canteras de mano de obra barata en la violenta intemperie de las ciudades, donde cambian de lengua y de nombre y de vestido y terminan siendo mendigos y borrachos y putas de burdel. O salvar a los indios consiste en ponerles uniforme y mandarlos, fusil al hombro, a matar a otros indios o a morir defendiendo al sistema que los niega. Al fin y al cabo, los indios son buena carne de cañón: de los 25 mil indios norteamericanos enviados a la segunda guerra mundial, murieron 10 mil.
El 16 de diciembre de 1492, Colón lo había anunciado en su diario: los indios sirven para les mandar y les hacer trabajar, sembrar y hacer todo lo que fuere menester y que hagan villas y se enseñen a andar vestidos y a nuestras costumbres. Secuestro de los brazos, robo del alma: para nombrar esta operación, en toda América se usa, desde los tiempos coloniales, el verbo reducir. El indio salvado es el indio reducido. Se reduce hasta desaparecer: vaciado de sí, es un no-indio, y es nadie.

El shamán de los indios chamacocos, de Paraguay, canta a las estrellas, a las arañas y a la loca Totila, que deambula por los bosques y llora. Y canta lo que le cuenta el martín pescador:
-No sufras hambre, no sufras sed. Súbete a mis alas y comeremos peces del río y beberemos el viento.
Y canta lo que le cuenta la neblina:
-Vengo a cortar la helada, para que tu pueblo no sufra frío.
Y canta lo que le cuentan los caballos del cielo:
-Ensíllanos y vamos en busca de la lluvia.
Pero los misioneros de una secta evangélica han obligado al chamán a dejar sus plumas y sus sonajas y sus cánticos, por ser cosas del Diablo; y él ya no puede curar las mordeduras de víboras, ni traer la lluvia en tiempos de sequía, ni volar sobre la tierra para cantar lo que ve. En una entrevista con Ticio Escobar, el shamán dice: Dejo de cantar y me enfermo. Mis sueños no saben adónde ir y me atormentan. Estoy viejo, estoy lastimado. Al final, ¿de qué me sirve renegar de lo mío?
El shamán lo dice en 1986. En 1614, el arzobispo de Lima había mandado quemar todas las quenas y demas instrumentos de música de los indios, y había prohibido todas sus danzas y cantos y ceremonias para que el demonio no pueda continuar ejerciendo sus engaños. Y en 1625, el oidor de la Real Audiencia de Guatemala había prohibido las danzas y cantos y ceremonias de los indios, bajo pena de cien azotes, porque en ellas tienen pacto con los demonios.

Para despojar a los indios de su libertad y de sus bienes, se despoja a los indios de sus símbolos de identidad. Se les prohíbe cantar y danzar y soñar a sus dioses, aunque ellos habían sido por sus dioses cantados y danzados y soñados en el lejano día de la Creación. Desde los frailes y funcionarios del reino colonial, hasta los misioneros de las sectas norteamericanas que hoy proliferan en América Latina, se crucifica a los indios en nombre de Cristo: para salvarlos del infierno, hay que evangelizar a los paganos idólatras. Se usa al Dios de los cristianos como coartada para el saqueo.
El arzobispo Desmond Tutu se refiere al África, pero también vale para América:
-Vinieron. Ellos tenían la Biblia y nosotros teníamos la tierra. Y nos dijeron: "Cierren los ojos y recen". Y cuando abrimos los ojos, ellos tenían la tierra y nosotros teníamos la Biblia.

Los doctores del Estado moderno, en cambio, prefieren la coartada de la ilustración: para salvarlos de las tinieblas, hay que civilizar a los bárbaros ignorantes. Antes y ahora, el racismo convierte al despojo colonial en un acto de justicia. El colonizado es un sub-hombre, capaz de superstición pero incapaz de religión, capaz de folclore pero incapaz de cultura: el sub-hombre merece trato subhumano, y su escaso valor corresponde al bajo precio de los frutos de su trabajo. El racismo legitima la rapiña colonial y neocolonial, todo a lo largo de los siglos y de los diversos niveles de sus humillaciones sucesivas. América Latina trata a sus indios como las grandes potencias tratan a América Latina.

Gabriel René-Moreno fue el más prestigioso historiador boliviano del siglo pasado. Una de las universidades de Bolivia lleva su nombre en nuestros días. Este prócer de la cultura nacional creía que los indios son asnos, que generan mulos cuando se cruzan con la raza blanca. Él había pesado el cerebro indígena y el cerebro mestizo, que según su balanza pesaban entre cinco, siete y diez onzas menos que el cerebro de raza blanca, y por tanto los consideraba celularmente incapaces de concebir la libertad republicana.
El peruano Ricardo Palma, contemporáneo y colega de Gabriel René-Moreno, escribió que los indios son una raza abyecta y degenerada. Y el argentino Domingo Faustino Sarmiento elogiaba así la larga lucha de kis indios araucanos por su libertad: Son más indómitos, lo que quiere decir: animales más reacios, menos aptos para la Civilización y la asimilación europea.
El más feroz racismo de la historia latinoamericana se encuentra en las palabras de los intelectuales más célebres y celebrados de fines del siglo diecinueve y en los actos de los políticos liberales que fundaron el Estado moderno. A veces, ellos eran indios de origen, como Porfirio Díaz, autor de la modernización capitalista de México, que prohibió a los indios caminar por las calles principales y sentarse en las plazas públicas si no cambiaban los calzones de algodón por el pantalón europeo y los huaraches por zapatos.
Eran los tiempos de la articulación al mercado mundial regido por el Imperio Británico, y el desprecio científico por los indios otorgaba impunidad al robo de sus tierras y de sus brazos.
El mercado exigía café, pongamos el caso, y el café exigía más tierras y más brazos. Entonces, pongamos por caso, el presidente liberal de Guatemala, Justo Rufino Barrios, hombre de progreso, restablecía el trabajo forzado de la época colonial y regalaba a sus amigos tierras de indios y peones indios en cantidad.

El racismo se expresa con más ciega ferocidad en países como Guatemala, donde los indios siguen siendo porfiada mayoría a pesar de las frecuentes oleadas exterminadoras.
En nuestros días, no hay mano de obra peor pagada: los indios mayas reciben 65 centavos de dólar por cortar un quintal de café o de algodón o una tonelada de caña. Los indios no pueden ni plantar maíz sin permiso militar y no pueden moverse sin permiso de trabajo. El ejército organiza el reclutamiento masivo de brazos para las siembras y cosechas de exportación. En las plantaciones, se usan pesticidas cincuenta veces más tóxicos que el máximo tolerable; la leche de las madres es la más contaminada del mundo occidental. Rigoberta Menchú: su hermano menor, Felipe, y su mejor amiga, María, murieron en la infancia, por causa de los pesticidas rociados desde las avionetas. Felipe murió trabajando en el café. María, en el algodón. A machete y bala, el ejército acabó después con todo el resto de la familia de Rigoberta y con todos los demás miembros de su comunidad. Ella sobrevivió para contarlo.
Con alegre impunidad, se reconoce oficialmente que han sido borradas del mapa 440 aldeas indígenas entre 1981 y 1983, a lo largo de una campaña de aniquilación más extensa, que asesinó o desapareció a muchos miles de hombres y de mujeres. La limpieza de la sierra, plan de tierra arrasada, cobró también las vidas de una incontable cantidad de niños. Los militares guatemaltecos tienen la certeza de que el vivio de la rebelión se transmite por los genes.
Una raza inferior, condenada al vicio y a la holgazanería, incapaz de orden y progreso, ¿merece mejor suerte? La violencia institucional, el terrorismo de Estado, se ocupa de despejar las dudas. Los conquistadores ya no usan caparazones de hierro, sino que visten uniformes de la guerra de Vietnam. Y no tienen piel blanca: son mestizos avergonzados de su sangre o indios enrolados a la fuerza y obligados a cometer crímenes que los suicidan. Guatemala desprecia a los indios, Guatemala se autodesprecia.
Esta raza inferior había descubierto la cifra cero, mil años antes de que los matemáticos europeos supieran que existía. Y habían conocido la edad del universo, con asombrosa precisión, mil años antes que los astrónomos de nuestro tiempo.
Los mayas siguen siendo viajeros del tiempo:
¿Qué es un hombre en el camino? Tiempo.
Ellos ignoraban que el tiempo es dinero, como nos reveló Henry Ford. El tiempo, fundador del espacio, les parece sagrado, como sagrados son su hija, la tierra, y su hijo, el ser humano: como la tierra, como la gente, el tiempo no se puede comprar ni vender. La Civilización sigue haciendo lo posible por sacarlos del error.

¿Civilización? La historia cambia según la voz que la cuenta. En América, en Europa o en cualquier otra parte. Lo que para los romanos fue la invasión de los bárbaros, para los alemanes fue la emigración al sur.
No es la voz de los indios la que ha contado, hasta ahora, la historia de América. En las vísperas de la conquista española, un profeta maya, que fue boca de los dioses, había anunciado: Al terminar la codicia, se desatará la cara, se desatarán las manos, se desatarán los pies del mundo. Y cuando se desate la boca, ¿qué dirá? ¿Qué dirá la otra voz, la jamás escuchada?
Desde el punto de vista de los vencedores, que hasta ahora ha sido el punto de vista único, las costumbres de los indios han confirmado siempre su posesión demoníaca o su inferioridad biológica. Así fue desde los primeros tiempos de la vida colonial:
¿Se suicidan los indios de las islas del mar Caribe, por negarse al trabajo esclavo? Porque son holgazanes.
¿Andan desnudos, como si todo el cuerpo fuera cara? Porque los salvajes no tienen vergüenza.
¿Ignoran el derecho de propiedad, y comparten todo, y carecen de afán de rqueza? Porque son más parientes del mono que del hombre.
¿Se bañan con sospechosa frecuencia? Porque se parecen a los herejes de la secta de Mahoma, que bien arden en los fuegos de la Inquisición.
¿Jamás golpean a los niños, y los dejan andar libres? Porque son incapaces de castigo ni doctrina.
¿Creen en los sueños, y obedecen a sus voces? Por influencia de Satán o por pura estupidez.
¿Comen cuando tienen hambre, y no cuando es hora de comer? Porque son incapaces de dominar sus instintos.
¿Aman cuando sienten deseo? Porque el demonio los induce a repetir el pecado original.
¿Es libre la homosexualidad? ¿La virginidad no tiene importancia alguna? Porque viven en la antesala del infierno.

En 1523, el cacique Nicaragua preguntó a los conquistadores:
-Y al rey de ustedes, ¿quién lo eligió?
El cacique había sido elegido por los ancianos de las comunidades. ¿Había sido el rey de Castilla elegido por los ancianos de sus comunidades?
La América precilombina era vasta y diversa, y contenía modos de democracia que Europa no supo ver, y que el mundo ignora todavía. Reducir la realidad indígena americana al despotismo de los emperadores incas, o a las prácticas sanguinarias de la dinastía azteca, equivale a reducir la realidad de la Europa renacentista a la tiranía de sus monarcas o a las siniestras ceremonias de la Inquisición.
En la tradición guaraní, por ejemplo, los caciques se eligen en asambleas de hombres y mujeres -y las asambleas los destituyen si no cumplen el mandato colectivo. En la tradición iroquesa, hombres y mujeres gobiernan en pie de igualdad. Los jefes son hombres; pero son las mujeres quienes los ponen y deponen y ellas tienen poder de decisión, desde el Consejo de Matronas, sobre muchos asuntos fundamentales de la confederación entera. Allá por el año 1600, cuando los hombres iroqueses se lanzaron a guerrear por su cuenta, las mujeres hicieron huelga de amores. Y al poco tiempo los hombres, obligados a dormir solos, se sometieron al gobierno compartido.

En 1919, el jefe militar de Panamá en las islas de San Blas, anunció su triunfo:
-Las indias kunas ya no vestirán molas, sino vestidos civilizados.
Y anunció que las indias nunca se pintarían la nariz sino las mejillas, como debe ser, y que nunca más llevarían aros en la nariz, sino en las orejas. Como debe ser.
Setenta años después de aquel canto de gallo, las indias kunas de nuestros días siguen luciendo sus aros de oro en la nariz pintada, y siguen vistiendo sus molas, hechas de muchas telas de colores que se cruzan con siempre asombrosa capacidad de imaginación y de belleza: visten sus molas en la vida y con ella se hunden en la tierra, cuando llega la muerte.
En 1989, en vísperas de la invasión norteamericana, el general Manuel Noriega aseguró que Panamá era un país respetuosos de los derechos humanos:
-No somos una tribu -aseguró el general.

Las técnicas arcaicas, en manos de las comunidades, habían hecho fértiles los desiertos en la cordillera de los Andes. Las tecnologías modernas, en manos del latifundio privado de exportación, están convirtiendo en desiertos las tierras fértiles en los Andes y en todas partes.
Resultaría absurdo retroceder cinco siglos en las técnicas de producción; pero no menos absurdo es ignorar las catástrofes de un sistema que exprime a los hombre y arrasa los bosques y viola la tierra y envenena los ríos para arrancar la mayor ganancia en el plazo menos. ¿No es absurdo sacrificar a la naturaleza y a la gente en los altares del mercado internacional? En ese absurdo vivimos; y lo aceptamos como si fuera nuestro único destino posible.
Las llamadas culturas primitivas resultan todavía peligrosas porque no han perdido el sentido común. Sentido común es también, por extensión natural, sentido comunitarios. Si pertenece a todos el aire, ¿por qué ha de tener dueño la tierra? Si desde la tierra venimos, y hacia la tierra vamos, ¿acaso no nos mata cualquier crimen que contra la tierra se comete? La tierra es cuna y sepultura, madre y compañera. Se le ofrece el primer trago y el primer bocado; se le da descanso, se la protege de la erosión.
Es sistema desprecia lo que ignora, porque ignora lo que teme conocer. El racismo es también una máscara del miedo.
¿Qué sabemos de las culturas indígenas? Lo que nos han contado las películas del Fas West. Y de las culturas africanas, ¿qué sabemos? Lo que nos ha contado el profesor Tarzán, que nunca estuvo.
Dice un poeta del interior de Bahía: Primero me robaron del África. Después robaron el África de mi.
La memoria de América ha sido mutilada por el racismo. Seguimos actuando como si fuéramos hijos de Europa, y de nadie más.

A fines del siglo pasado, un médico inglés, John Down, identificó el síndrome que hoy lleva su nombre. Él creyó que la alteración de los cromosomas implicaba un regreso a las razas inferiores, que generaba mongolian idiots, negroid idiots y aztec idiots.
Simultáneamente, un médico italiano, Cesare Lombrosos, atribuyó al criminal nato los rasgos físicos de los negros y de los indios.
Por entonces, cobró base científica la sospecha de que los indios y los negros son proclives, por naturaleza, al crimen y a la debilidad mental. Los indios y los negros, tradicionales instrumentos de trabajo, vienen siendo también desde entonces, objetos de ciencia.
En la misma época de Lombroso y Down, un médico brasileño, Raimundo Nina Rodrigues, se puso a estudiar el problema negro. Nina Rodrigues, que era mulato, llegó a la conclusión de que la mezcla de sangres perpetúa los caracteres de las razas inferiores, y que por tanto la raza negra en el Brasil ha de constituir siempre uno de los factores de nuestra inferioridad como pueblo. Este médico psiquiatra fue el primer investigador de la cultura brasileña de origen africano. La estudió como caso clínico: las religiones negras, como patología; los trances, como manifestaciones de histeria.
Poco después, un médico argentino, el socialista José Ingenieros, escribió que los negros, oprobiosa escoria de la raza humana, están más próximos de los monos antropoides que de los blancos civilizados. Y para demostrar su irremediable inferioridad, Ingenieros comprobaba: Los negros no tienen ideas religiosas.
En realidad, las ideas religiosas habían atravesado la mar, junto a los esclavos, en los navíos negreros. Una prueba de obstinación de la dignidad humana: a las costas americanas solamente llegaron los dioses del amor y de la guerra. En cambio, los dioses de la fecundidad, que hubieran multiplicado las cosechas y los esclavos del amo, se cayeron al agua.
Los dioses peleones y enamorados que completaron la travesía, tuvieron que disfrazarse de santos blancos, para sobrevivir y ayudar a sobrevivir a los millones de hombres y mujeres violentamente arrancados del África y vendidos como cosas. Ogum, dios del hierro, se hizo pasar por san Jorge o san Antonio o san Miguel, Shangó, con todos sus truenos y sus fuegos, se convirtió en santa Bárbara. Obatalá fue Jesucristo y Oshún, la divinidad de las agus dulces, fue la Virgen de la Candelaria...
Dioses prohibidos. En las colonias españolas y portuguesas y en todas ls demás: en las islas inglesas del Caribe, después de la abolición de la esclavitud se siguió prohibiendo tocar tambores o sonar vientos al modo africano, y se siguió penando con cárcel la simple tenencia de una imagen de cualquier dios africano.
Dioses prohibidos, porque peligrosamente exaltan las pasiones humanas, y en ellas encarnan. Friedrich Nietzsche dijo una vez:
-Yo sólo podría creer en un dios que sepa danzar.
Como José Ingenieros, Nietzsche no conocía a los dioses africanos. Si los hubiera conocido, quizá hubiera creído en ellos. Y quizá hubiera cambiado algunas de sus ideas. José Ingenieros, quién sabe.

La piel oscura delata incorregibles defectos de fábrica. Así, la tremenda desigualdad social, que es también racial, encuentra su coartada en las taras hereditarias.Lo había observado Humboldt hace doscientos años, y en toda América sigue siendo así: la pirámide de las clases sociales es oscura en la base y clara en la cúspide. En el Brasil, por ejemplo, la democracia raciasl consiste en que los más blancos están arriba y los más negros abajo. James Baldwin, sobre los negros en Estados Unidos:
-Cuando dejamos Mississipi y vinimos al Norte, no encontramos la libertad. Encontramos los peores lugares en el mercado de trabajo; y en ellos estamos todavía.

Un indio del Norte argentino, Asunción Ontíveros Yulquila, evoca hoy el trauma que marcó su infancia:
-Las personas buenas y lindas eran las que se parecían a Jesús y a la Virgen. Pero mi padre y mi madre no se parecían para nada a las imágenes de Jesús y la Virgen María que yo veía en la iglesia de Abra Pampa.
La cara propia es un error de la naturaleza. La cultura propia, una prueba de ignorancia o una culpa que expiar. Civilizar es corregir.

El fatalismo biológico, estigma de las razas inferiores congénitmente condenadas a la indolencia y a la violencia y a la miseria, no sólo nos impide ver las causas reales de nuestra desventura histórica. Además, el racismo nos impide conocer, o reconocer, ciertos valores fundamentales que las culturas despreciadas han podido milagrosamente perpetuar y que en ellas encarnan todavía, mal que bien, a pesar de los siglos de persecución, humillación y degradación. Esos valores fundamentales no son objetos de museo. Son factores de historia, imprescindibles para nuestra imprescindible invención de una América sin mandones ni mandados. Esos valores acusan al sistema que los niega.

Hace algun tiempo, el sacerdote español Ignacio Ellacuría me dijo que le resultaba absurdo eso del Descubrimiento de América. El opresor es incapaz de descubrir, me dijo:
-Es el oprimido el que descubre al opresor.
Él creía que el opresor ni siquiera puede descubrirse a sí mismo. La verdadera realidad del opresor sólo se puede ver desde el oprimido.
Ignacio Ellacuría fue acribillado a balazos, por creer en esa imperdonable capacidad de revelación y por compartir los riesgos de la fe en su poder de profecía.
¿Lo asesinaron los militares de El Salvador, o lo asesinó un sistema que no puede tolerar la mirada que lo delata?