jueves, 5 de noviembre de 2009

Un árbol y unos actos miserables

Ernesto F. Ráez Luna

El sonido retumbante tardará un poco en llegar; pero ayer cayó un gran árbol en el bosque. Un árbol centenario. Claude Lévi-Strauss, el extraordinario antropólogo que insistió en descubrir los rasgos universales de la humanidad, ha muerto. Estaba a punto de cumplir 101 años de edad. Su trabajo, en esencia, consistió en proponer que existen estructuras comunes a toda mente humana y a la manera como los seres humanos empleamos nuestra razón para extraer algún orden y sentido del Cosmos, de nuestros impulsos y de nuestras vidas. En el proceso, sostuvo como gemas ante el sol, una y otra vez, mitos y tradiciones de pueblos del mundo entero, que él presentaba sin demasiado orden ni concierto, saltando las barreras del tiempo y del espacio. Lo importante, a los ojos de Lévi-Strauss, eran las convergencias y similitudes entre seres humanos de distintas épocas, etnias, geografías.
El impulso de sus propuestas echó por tierra numerosos reductos de prejuicio respecto al “hombre primitivo”, a las culturas “modernas” y “retrógradas” y a la supuesta superioridad de ciertas formas de pensar o actuar. Reductos, en fin, de discriminación y de racismo. Sus primeros trabajos de campo ocurrieron durante los años 30 del siglo pasado, cuando en el mundo surgían ideologías diametralmente opuestas a la igualdad humana, como el nazismo y el segundo Ku Klux Klan. Lévi-Strauss se preocupó por la degradación acelerada de la diversidad cultural humana y por la desaparición del mundo tribal. Entre 1900 y 1950, registró, más de 90 tribus y 15 idiomas desaparecieron sólo en el Brasil. Expresó su rechazo a la “civilización de masas” y a la “monocultura” que iba imponiendo la belleza quirúrgica de Hollywood, la grasa de MacDonalds y el azúcar de Coca Cola como estándares universales de bienestar. Tristemente, la erosión cultural y el etnocidio han seguido su curso hasta el punto que hoy podemos decir sin duda alguna que todos los grupos indígenas del mundo son sobrevivientes de un inmenso holocausto.
Por eso, naciones como el Perú, donde todavía subsisten y conviven numerosas culturas ancestrales en contacto directo con la naturaleza indómita y silvestre, son como joyerías de humanidad, naciones adornadas por testimonios vivos del ingenio humano y de nuestra extraordinaria capacidad de supervivencia. Cuando alguien me menciona una remota derrota bélica como determinante de mi patria, yo siempre me pregunto por qué no recordamos, más bien, la victoriosa historia de tantas naciones indígenas que durante siglos se han resistido a ser arrasadas. ¿No es hermoso pensar que en el Perú, por más de 500 años, hay gente que se ha negado a desaparecer y a renunciar a su identidad cultural, enfrentada a un intento tras otro de exterminio, recuperando tercamente su libertad después de cada episodio de asesinato y esclavización? Y esas son nuestras gentes indígenas, de cuya sangre heroica participamos prácticamente todos los peruanos.
Para mejor defender su derecho a vivir y sus medios de subistencia, para poder alcanzar la fuerza solidaria de su voz, los pueblos indígenas del mundo entero han aprendido a organizarse en federaciones. La organización indígena es un mecanismo democrático que promueve y protege la diversidad cultural, un valor nacional y universal.
Por eso, por la voluntad apátrida, etnocida y racista que refleja, asquea la reciente solicitud del Ministerio de Justicia (qué ironía orwelliana) de disolver a la Asociación Interétnica de Desarrollo de la Selva Peruana (AIDESEP), nuestra mayor federación indígena, por actividades “contrarias al orden público”. Un incidente más en la cadena de actos desvergonzados e imperdonables de miembros del gobierno, para socavar los derechos ciudadanos de los indígenas de la Amazonía y permitir que sus territorios sean penetrados por el mercantilismo primario-exportador, en aras de un falaz “desarrollo”. Y esto ocurre en el mismo momento que el gobierno sostiene mesas de diálogo y concertación con los indígenas, qué duda cabe ahora, con manifiesta intención de descalificar al interlocutor y desconocer los acuerdos. Una vergüenza internacional más. Claude Lévi-Strauss acaba de morir y ya está revolcándose en su tumba.

No hay comentarios:

Publicar un comentario